
EL ULISES
“Mi infancia se encorva a mi lado. Demasiado lejana como para que yo la toque una vez o levemente. La mía es lejana y la suya secreta como nuestros ojos. Los secretos, silenciosos, se sientan pétreos en los oscuros palacios de nuestros dos corazones: secretos cansados de su tiranía: tiranos deseosos de ser destronados.”
“Ulises”, James Joyce
Y tú, que bebiste del cieno como un perro sediento
y fuiste equilibrista del aire entre las balas,
que caminaste bordeando el viento para acabar quemándote los ojos
y forjaste el abandono de la noche en la tiránica desposesión del mundo.
Sí, el perseguidor que se persigue solo y no se encuentra nunca,
el que habla del mar porque la tierra cuenta verdades a los árboles
y ellos saben crecer bajo los pasos para arañar el alma
o aquél gris carpintero del insomnio
que amaba las termitas creyendo en la madera.
No vengas en la piel del mendigo a reclamar el pan de los que pierden,
tú no naciste al rezo que se esconde bajo la lengua seca de los años,
ni sabes en qué idioma se afilan las mentiras
para clavarse al miedo, y suceder,
y suceder sin más en las ventanas como un brote de muérdago,
besado hasta el cansancio en corrillos de viejas.
Ya se deslizó Penélope por la parte más blanda de mis piernas
mientras Ulises mira el contorno de Ítaca en el mapa difuso de su ombligo.
Qué tristeza de aquellos que nunca entenderán el norte de la brújula,
qué tristes hijos sordos irán por sus herencias
cuando acabe la noche
y ya no queden débiles que les yergan estatuas,
no,
para la nada, sólo la nada es suficiente.
Dime, dímelo tú
que llevas en los ojos la confusión y el arco:
¿Quién podría quitarme ahora
este derecho mío a la tristeza?
“Mi infancia se encorva a mi lado. Demasiado lejana como para que yo la toque una vez o levemente. La mía es lejana y la suya secreta como nuestros ojos. Los secretos, silenciosos, se sientan pétreos en los oscuros palacios de nuestros dos corazones: secretos cansados de su tiranía: tiranos deseosos de ser destronados.”
“Ulises”, James Joyce
Y tú, que bebiste del cieno como un perro sediento
y fuiste equilibrista del aire entre las balas,
que caminaste bordeando el viento para acabar quemándote los ojos
y forjaste el abandono de la noche en la tiránica desposesión del mundo.
Sí, el perseguidor que se persigue solo y no se encuentra nunca,
el que habla del mar porque la tierra cuenta verdades a los árboles
y ellos saben crecer bajo los pasos para arañar el alma
o aquél gris carpintero del insomnio
que amaba las termitas creyendo en la madera.
No vengas en la piel del mendigo a reclamar el pan de los que pierden,
tú no naciste al rezo que se esconde bajo la lengua seca de los años,
ni sabes en qué idioma se afilan las mentiras
para clavarse al miedo, y suceder,
y suceder sin más en las ventanas como un brote de muérdago,
besado hasta el cansancio en corrillos de viejas.
Ya se deslizó Penélope por la parte más blanda de mis piernas
mientras Ulises mira el contorno de Ítaca en el mapa difuso de su ombligo.
Qué tristeza de aquellos que nunca entenderán el norte de la brújula,
qué tristes hijos sordos irán por sus herencias
cuando acabe la noche
y ya no queden débiles que les yergan estatuas,
no,
para la nada, sólo la nada es suficiente.
Dime, dímelo tú
que llevas en los ojos la confusión y el arco:
¿Quién podría quitarme ahora
este derecho mío a la tristeza?
2 comentarios:
Cuando un poema, logra ponerme en pie, es porque llegó la hora de dejar salir mi árbol.
GRACIAS Sara y Ana
Es mucho más lo que se siente, más el alma no quiere expresar( por el entorno, saben)
Quedan ambas , ya habitan, pero es bueno decir, ambas existen dentro de mí, en el lugar más bello.
Besos
Rossana
Muchas gracias, rossana, siempre es un placer compatir con vosotras. Un abrazo enorme hasta tu tierra.
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