A UNA SOMBRA
Sólo te vi un instante…
Ibas como los pájaros:
sin detener el vuelo,
sin mirar hacia abajo…
Cuando quise apresarte
en la red de mis manos,
sólo llevaba el viento
un perfume de nardo,
y ya lejos, dos alas,
borrábanse en ocaso…
¡Oh, visión que brillaste
como fugaz relámpago!
¡Oh, visión peregrina
que, cual ave de paso,
cruzaste por el cielo
de mis soñares vagos!
Tras ti, cual mariposas,
mis anhelos volaron,
y aun no tornan del viaje
que soy fiel y te amo.
Te amo con locura
porque en tu vuelo rápido,
no viste que se alzaban
hacia ti mis dos manos…
Porque ante mí pasaste
como sueño fantástico,
porque ya te extinguiste
como los fuegos fatuos.
¡Oh, aparición divina,
bella porque has volado!
¡No retornes del viaje!
Yo, con pasión te amo,
porque fuiste en el cielo
de mis soñares vagos,
solamente dos alas
y un perfume de nardo…
María Enriqueta Camarillo- México
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María Enriqueta Camarillo y Roa nació en Coatepec el 19 de enero de 1872, el mismo año de la muerte del presidente Benito Juárez. Los primeros años de su infancia transcurrieron en su ciudad natal, donde disfrutaba de dar paseos por las fincas naranjeras, bañándose en los arroyos y las pozas de La Marina y el Suchiapan. Gustaba de cultivar flores, beber leche recién ordeñada y criar gallinas; cuando ya era una escritora famosa escribió un libro con sus memorias de la infancia.
Comenzó a escribir y a dibujar a los seis años. Heredaba de su madre y de su familia materna el talento literario, y de su padre un gran amor y una verdadera pasión por la música. A los siete años se trasladó con su familia a la capital del país, lo que le permitió vivir otras experiencias y cultivar sus talentos. Por ese entonces, era ya presidente don Porfirio Díaz, quien apoyó las actividades culturales.
En la capital, ingresó en el Conservatorio Nacional en el año de 1887, para cursar la carrera de pianista; en 1895, recibe el diploma de maestra de piano y desde entonces, dio conciertos, audiciones, clases de música y compuso algunas piezas musicales, aunque siempre prefirió dedicarse a la escritura.
Desde los 22 años comenzó a colaborar en las revistas y periódicos más importantes del México de su época. El 7 de mayo de 1898, en pleno auge del Porfiriato, se casó con el historiador Carlos Pereyra. Sus primeros años de casados los vivieron en la capital del país y durante ellos María Enriqueta publicó sus primeros libros que contenían poemas que la hicieron famosa.
Carlos Pereyra ingresó al servicio diplomático mexicano en 1910, como encargado de negocios de México en la República de Cuba. A partir de esta fecha, la escritora y su esposo radicaron en el extranjero. A principios de 1912, elaboró una serie de libros de lectura para las escuelas primarias, a la que tituló Rosas de la infancia.
Publicada en 1914, esta colección fue implantada por la Secretaría de Educación Pública como libro de texto para todas las escuelas primarias del país; varias generaciones de mexicanos se acercaron a la literatura en sus páginas, para todos ellos el nombre de María Enriqueta es inolvidable.
En 1913, don Carlos Pereyra fue nombrado Embajador de México en Bélgica y Holanda con residencia en Bruselas, por lo que el matrimonio cruzó el océano y se instaló en los Países Bajos. Debido al desarrollo de la Revolución en México y al estallido de la Primera Guerra Mundial, el matrimonio tuvo que abandonar Bélgica. Primero se dirigieron a Suiza, pero decidieron establecerse en España. En Madrid, escribió y publicó la mayor parte de sus obras: varias novelas, una de las cuales, El secreto, ganó un premio (en Francia) en 1922, como la mejor novela extranjera; un volumen de memorias, varios de poesía y algunos cuentos para niños. Algunos de sus libros llevan ilustraciones hechas también por ella. María Enriqueta fue, en su época, uno de los escritores mexicanos más leídos en muchos países. Sus libros se tradujeron al francés, al portugués y al italiano.
Después de que murió su esposo, en 1942, María Enriqueta pensó en regresar a su patria, y volvió en 1948. En Veracruz, la esperaba una multitud, y en su Coatepec nativo la recibieron con una inmensa alegría y con una gran fiesta popular. A pesar de estas muestras de cariño, prefirió instalarse en la Ciudad de México. Allí murió, enferma, ciega y sola, en el año de 1968, a los noventa y seis años. Pero, todavía hoy sigue siendo recordada con mucho cariño por todos aquellos que aprendieron a leer con sus Rosas de la Infancia y por sus coterráneos coatepecanos, a quienes les dedicó su poema Coatepec.
Colaboración de Esther Hernández Palacios
Fuentes de documentación
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