LOS SOLLOZOS
¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
Cuando la ola de días va agostando mi flor,
el purgatorio veo al perder el color.
¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí,
Dios de toda existencia, para llegar a ti!
Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz
que el peso del temor y del amor la cruz.
Para oír cómo gimen las almas condenadas
sin poderles decir “¡Estáis ya perdonadas!”
¡Dolor de los dolores; no poder agotar
los sollozos que intentan por doquiera brotar!
De noche tropezar en celdas intranquilas
que ningún alba tiñe con sus claras pupilas.
Ni poder decir al Señor incomprendido:
“¡Ay, Salvador de mi alma!, ¿es que aún no has venido?”
Me escondo; tengo miedo de tener miedo y frío,
como el ave caída teme por su albedrío.
A un recuerdo mis brazos vuelvo a abrir tristemente,
y mi alma más cercana el purgatorio siente.
Sueño que estoy en él, tras la muerte llevada,
como una esclava indócil, al fin de la jornada,
cubriendo con las manos el semblante abatido,
pisando el corazón, por tierra malherido.
Allí voy; precediéndome, mi llegada proclamo
y no oso desear nada de lo que amo.
Y este corazón mío no tendrá más dulzura
que los lejanos ecos de su antigua ventura.
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
Mientras el fallo eterno rechace mi plegaria
no arderá ante mis ojos ninguna luminaria.
No he de ver más escenas mundanas y horrorosas
que abatan mis humildes miradas dolorosas.
¡No gozaré del sol! ¿Por qué?... La luz querida
para el mal en la tierra, empero, está encendida.
Ve el culpable que a la horca su delito conduce
el saludo del orbe que se divierte y luce.
¡En los aires no hay pájaros! ¡No hay fuego en el hogar!
¡Y ni un Ave María reza el aura al pasar!
Para el junco del lago no hay un soplo viviente
ni aire para que exista un átomo viviente.
Ni el zumo de las frutas que ofrecen su frescura
al ingrato, tendré en mi sed y calentura.
Del corazón ausente que me hará padecer
acumularé el llanto que no puedo verter.
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
¡No más recuerdos de esos que me embargan de llanto
tan vivos, que viviera yo siempre de su encanto!
¡No más familia dulce, sentada en el umbral
que bendice cantando el sueño patriarcal!
¡Ni más voz adorada, cuya gracia invencible
hasta la Nada absurda tornaría sensible!
No más libros divinos desde el cielo exfoliados,
conciertos para el alma por la vista escuchados.
Y no osando morir tampoco oso vivir
ni buscar en la muerte quién me ha de redimir.
¿Por qué hay sobre las cunas, padres, la flor de un hijo
si al árbol y al arbusto siempre el cielo maldijo?
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
¡Bajo la cruz se inclina el alma prosternada,
del dolor de nacer con morir castigada!
Mas no tengo en la muerte si me siento expirar
ni una lejana voz que aconseje esperar.
¡Si en el cielo apagado alguna estrella pálida
esta melancolía besara con luz cálida!
¡Si bajo las sombrías bóvedas del horror
viera cómo me ven dos ojos con amor!
¡Ay, sería mi madre, intrépida y bendita,
que bajaría a ver a su hija precita!
¡Sí; mi madre podría al Dios justo ablandar
y ella me sacaría del horrible lugar!
De la esperanza joven alzara el fuerte viento
al fruto derribado por tanto sufrimiento.
Sentiría sus brazos, dulces, fuertes y hermosos,
arrastrarme, abrazada con ímpetus briosos.
El aire auxiliaría a mis alas nacientes
como a las golondrinas libres e independientes.
Huiría para siempre, pues mi madre al partir
viva me llevaría hacia lo porvenir.
Mas antes de pasar las mortales fronteras
otras almas quisiéramos tener por compañeras.
Y en aquel campo fúnebre en que dejaba flores
y el aroma que exhalan los llantos de dolores
caeríamos, solícitas, entusiastas y ardientes,
gritando “¡Acompañadnos!” a las almas dolientes.
“¿Venís hacia el estío en que ha de retoñar
el amor en que no hay que morir ni llorar?
¡Con Dios y sus palomas venid en santos vuelos!
¡Dejad vuestros sudarios; no hay tumbas en los cielos!
¡El sepulcro está roto por la eterna pasión!
¡Mi madre nos concibe en la eterna mansión!”
Marceline Desbordes-Valmore- Francia
Traducción: Mauricio Bacarisse
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LES SANGLOTS
Ah ! l’enfer est ici ; l’autre me fait moins peur :
Pourtant le purgatoire inquiète mon cœur.
On m’en a trop parlé pour que ce nom funeste
Sur un si faible cœur ne serpente et ne reste ;
Et quand le flot des jours me défait fleur à fleur,
Je vois le purgatoire au fond de ma pâleur.
S’ils ont dit vrai, c’est là qu’il faut aller s’éteindre,
Ô Dieu de toute vie, avant de vous atteindre !
C’est là qu’il faut descendre et sans lune et sans jour,
Sous le poids de la crainte et la croix de l’amour,
Pour entendre gémir les âmes condamnées,
Sans pouvoir dire : « Allez, vous êtes pardonnées ! »
Sans pouvoir les tarir, ô douleur des douleurs !
Sentir filtrer partout les sanglots et les pleurs :
Se heurter dans la nuit des cages cellulaires
Que nulle aube ne teint de ses prunelles claires ;
Ne savoir où crier au Sauveur méconnu :
Hélas ! mon doux Sauveur, n’étiez-vous pas venu ?
Ah ! j’ai peur d’avoir peur, d’avoir froid ; je me cache
Comme un oiseau tombé qui tremble qu’on l’attache.
Je rouvre tristement mes bras au souvenir...
Mais c’est le purgatoire et je le sens venir !
C’est là que je me sens après la mort menée,
Comme une esclave en faute au bout de sa journée,
Cachant sous ses deux mains son front pâle et flétri,
Et marchant sur son cœur par la terre meurtri...
Ciel ! où m’en irai-je
Sans pieds pour courir ?
Ciel ! où frapperai-je
Sans clef pour ouvrir ?
Sous l’arrêt éternel repoussant ma prière,
Jamais plus le soleil n’atteindra ma paupière
Pour l’essuyer du monde et des tableaux affreux
Qui font baisser partout mes regards douloureux.
Plus de soleil ! Pourquoi ? Cette lumière almée
Aux méchants de la terre est pourtant allumée.
Sur un pauvre coupable à l’échafaud conduit,
Comme un doux : « Viens à moi ! » l’orbe s’épanche et luit.
Plus de feu nulle part ! Plus d’oiseau dans l’espace !
Plus d’Ave Maria dans la brise qui passe !
Au bord des lacs taris plus un roseau mouvant,
Plus d’air pour soutenir un atome vivant !
Ces fruits que tout ingrat sent fondre sous sa lèvre,
Ne feront plus couler leur fraîcheur dans ma fièvre ;
Et de mon cœur absent qui viendra m’oppresser
J’amasserai les pleurs sans pouvoir les verser.
Ciel ! où m’en irai-je
Sans pieds pour courir ?
Ciel ! où frapperai-je
Sans clef pour ouvrir ?
Plus de ces souvenirs qui m’emplissaient de larmes,
Si vivants que toujours je vivrais de leurs charmes ;
Plus de famille au soir assise sur le seuil,
Pour bénir son sommeil chantant devant l’aïeul ;
Plus de timbre adoré dont la grâce invincible
Eût forcé le néant à devenir sensible !
Plus de livres divins comme effeuillés des cieux,
Concerts que tous mes sens écoutaient par mes yeux.
Ainsi, n’oser mourir quand on n’ose plus vivre,
Ni chercher dans la mort un ami qui délivre !
Ô parents ! pourquoi donc vos fleurs sur nos berceaux,
Si le ciel a maudit l’arbre et les arbrisseaux ?
Ciel ! où m’en irai-je
Sans pieds pour courir ?
Ciel ! où frapperai-je
Sans clef pour ouvrir ?
Sans la croix qui s’incline à l’âme prosternée,
Punie après la mort du malheur d’être née !
Mais quoi, dans cette mort qui se sent expirer,
Si quelque cri lointain me disait d’espérer !
Si dans ce ciel éteint quelque étoile pâlie
Envoyait sa lueur à ma mélancolie !
Si des yeux inquiets s’allumaient pour me voir !
Sous ces arceaux tendus d’ombre et de désespoir,
Ah ! ce serait ma mère intrépide et bénie,
Descendant réclamer sa fille assez punie !
Oui, ce sera ma mère, ayant attendri Dieu,
Qui viendra me sauver de cet horrible lieu
Et relever au vent de la jeune espérance
Son dernier fruit tombé, mordu par la souffrance.
Je sentirai ses bras si doux, si beaux, si forts,
M’étreindre et m’enlever dans ses puissants efforts ;
Je sentirai couler dans mes naissantes ailes
L’air pur qui fait monter les libres hirondelles,
Et ma mère, en fuyant pour ne plus revenir,
M’emportera vivante à travers l’avenir !
Mais avant de quitter les mortelles campagnes,
Nous irons appeler des âmes pour compagnes ;
Au fond du champ funèbre où j’ai mis tant de fleurs,
Nous abattre aux parfums qui sont nés de mes pleurs ;
Et nous aurons des voix, des transports et des flammes,
Pour crier : « Venez-vous ! » à ces dolentes âmes.
« Venez-vous vers l’été qui fait tout refleurir,
Où nous allons aimer sans pleurer, sans mourir !
« Venez, venez voir Dieu ! Nous sommes ses colombes,
Jetez là vos linceuls, les cieux n’ont plus de tombes ;
« Le sépulcre est rompu par l’éternel amour :
Ma mère nous enfante à l’éternel séjour ! »
Marceline Desbordes-Valmore- Francia
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Marceline Desbordes-Valmore (Douai, 20 de junio de 1786 – París, 23 de julio de 1859) fue una actriz, cantante y poetisa francesa del Romanticismo.
Hija de un pintor de escudos nobiliarios arruinado por la Revolución francesa y convertido en actor y cantante cabaretier en Douai. Durante la Revolución se mudó con su madre al archipiélago de Guadalupe, rerpresentando pequeños papeles en los teatros de las ciudades por donde pasaba para pagar el pasaje, entre Douai y Burdeos. Al sucumbir su madre por la fiebre amarilla (1801), la hija continuó con su carrera dramática y fue contratada por la Ópera Cómica gracias a las recomedaciones de Guétry. Cantó El barbero de Sevilla en el Odeón y en la Moneda de Bruselas. Se enamoró de Henri de Latouche (1785-1851), de quien tuvo un hijo y le animó a escribir, y por último se casó en 1817 con el actor Prosper Lanchantin-Valmore y vivió una existencia mezquina con muchas desdichas. Publicó la primera edición de sus Élégies et Romances en 1818. Además hizo varias apariciones como actriz y cantante en el Teatro Nacional de la Opéra-Comique y en el teatro La Monnaie de Bruselas.
Con la ayuda de Madame de Récamier, Mademoiselle Mars, Alphonse Lamartine, Víctor Hugo y Dumas, así como más tarde de Baudelaire y Sainte-Beuve, publicó otras colecciones de versos. Se anticipa a Paul Verlaine y Arthur Rimbaud y abre caminos poéticos a Renée Vivien, Anna de Noailles y Marie Noël.
Su poesía es conocida por ser oscura y depresiva y sin complacencias estéticas. Es la única mujer incluida en una de las secciones del famoso libro Los poetas malditos de Paul Verlaine. Una copia de sus poesías fue encontrada en la biblioteca personal de Friedrich Nietzsche.
Fuentes de documentación
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